Los horarios de un bebé de pocos meses nos instalan en un jet lag perpetuo. Y me refiero a cuando ya se puede empezar a conciliar algún sueño delgado y que se disipan temores nocturnos —tan racionales como “¿seguirá respirando?” o “¿algo en esa cuna (temperatura, humedad, inclinación, etcétera) provocará al dantesco Síndrome de Muerte Súbita?”.
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