No es la construcción del socialismo sino de la república lo que debe ocupar el horizonte teórico, ético y político de la izquierda mexicana. Desde la publicación en 1985 de “La perspectiva socialista en México”, de Carlos Pereyra, dos grandes hechos han modificado la agenda de la izquierda: el fin del socialismo real (entre 1989 y 1991) y la crisis mundial de 2008. De manera harto paradójica, mientras que en el primer caso las consecuencias fueron un avance en la instauración de la democracia política y en el establecimiento de los derechos fundamentales del hombre (al menos en algunos países antes sujetos al imperialismo soviético), en el segundo las secuelas de la crisis no permiten visualizar todavía su impacto en ciertas tradiciones e instituciones democráticas europeas. Considerar la crisis de 2008 como sólo económica es aventurado e irresponsable; se trata, más allá, de una crisis de representación política, de un desnudamiento de poderes fácticos globales y locales incontestados, de una demolición instantánea de la decencia política (Berlusconi y Rajoy para mayores señas, pero no sólo). Es una crisis, en suma, del espíritu de república, aunque tenga lugar en monarquías como la británica o española.
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