Hace menos de cinco años veía a un sex-amigo muy joven: más joven que la Alemania unificada. En eso encontró anunciado un recital con los Coros del Ejército Rojo y neceó hasta que lo llevé. Estuve convencido de que yo la iba a pasar mal, pero no creí que tanto… ni tantos. Comenzó como un nudo en la garganta, luego ojos brillantes, luego una lágrima discreta; pero llegó Katiusha, después Kalinka con su largo y atenorado “Kaaaaaaaaaaaaaa… linka…” y como por una ventana por la que escurre lluvia pude ver hileras completas de gente con pañuelos en el rostro, algunos cantaban (en ruso), las mujeres tenían el rímel corrido. Mi amigo no entendía. En la fila de atrás se oyó algún sollozo, me miró intrigado, sin atreverse a voltear.
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