DIDEROT: Mire usted alrededor, mi querido amigo. ¿De qué vive la hermosa ciudad de París? Contamos en la corte con tres controladores de los orinales reales, con siete quita-callos y setenta y cinco confesores. Se dice que estos parásitos le quitan al pueblo francés el pan de la boca, y es verdad. Pero supongamos que suprimimos todo lo superfluo, incluido el lujo que se ceba en la pobreza. ¿Qué será entonces de las abaniqueras, de los ebanistas y doradores, de los cinceladores, fabricantes de espuelas y portadores de sillas de manos? ¿Qué será de sus mujeres e hijos? Resulta fácil decir: ¡fuera el derroche, se acabó la abundancia! Catorce mil barberos y peluqueros morirían de hambre en París, por no hablar de las treinta y cinco mil prostitutas que ejercen su profesión en esta maravillosa ciudad, y de los ciento cincuenta mil lacayos, y de los innumerables cocheros y mozos de cuadra. Ni quiero mencionar a los ochenta mil mendigos y ladrones, que también suponen un contingente considerable…
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