Este año soñé que me convertía en perro. No que ya era un perro, caminando por ahí; me veía transformándome en uno, y no como en una película, a toda velocidad y entre chispas, sino que con una lentitud pasmosa me iba tirando al piso hasta quedar hecha un perro pequeño que, entonces, seguía hundiéndose en la materia viscosa de la alfombra vuelta arenas movedizas y acababa sumido en un lodazal, con nada más que la cabeza de fuera.
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