A veces el aroma de los días se vuelve tan intenso que embriaga el afán de contarlos. Suceden las historias de prisa, encimándose, tamizando el ánimo con emociones encontradas. Cabe el cielo en un mes y, entre una semana y la otra, de repente, entran trozos de infierno. Como sucedió la tarde de un domingo en España, cuando supe que hacía apenas un rato, en la madrugada mexicana, había muerto nuestro amigo José María Pérez Gay. Me lo dijo quien lo había querido desde que era un adolescente precoz, encantado con la erudición y la ironía de un amigo menos joven.
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