En México vive una crisis profunda, no por el acceso a su materia prima, las películas (ésa era una queja que las nuevas tecnologías han aliviado en gran medida), sino por su improductividad. La cinefilia como militancia social es un archipiélago de soledades que, en la segunda mitad del siglo pasado, produjo cineclubes, revistas, libros y hasta espacios académicos; la mera producción editorial ha sido un índice de la salud de la cinefilia, y mientras los españoles, con su congénita ausencia de complejos, escriben, opinan y publican hasta del cine mundial que el franquismo les vetó, en México hay una anemia paradójica, porque da la impresión de que se produce poco para que el resultado sea espectacular.
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