Por obra y gracia de la pequeña ventana horizontal que da hacia el sur, en mi estudio, un atardecer, en enero de 2006, vi salir dos lunas. De repente surgió entre las hojas del árbol, la primera: una sonrisa irónica y dichosa. Caminé hasta ella y desapareció. Estaba del otro lado, asomándose enfrente, burlándose de mi confusión. Resulta que la raya de luz reflejada en el árbol, cortándolo durante el día con una franja blanca, en la noche se vuelve un espejo. Y allá es que vi otra luna. “Así es la arquitectura, dual, como la vida misma”, escribí entonces en un tono que ahora me parece pretencioso, para un cuaderno de notas, pero como si algo anticipara que ese año sería arduo y ambivalente. Un tiempo con dos lunas en lugares opuestos.
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