Las evidencias frías y llanas que ofrecemos aquí muestran a un México en donde la separación entre la Iglesia y el Estado no deja lugar a dudas. Somos seculares en la vida pública y religiosos en la vida privada. Sin embargo, esta aceptación convive, de forma paradójica, con posturas y hechos capaces de vulnerar los ricos y bien asentados ámbitos del laicismo.
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