La política de seguridad del presidente López Obrador, que prefiere “abrazos, no balazos”, ha intentado disminuir el uso de las Fuerzas Armadas, pero esto no ha sido suficiente para la pacificación del país. Paradójicamente, las Fuerzas Armadas están más presentes hoy que nunca y la violencia aumenta, lejos de disminuir. En el camino se ha creado la Guardia Nacional, que aún no cuenta con una carta de funciones específicas, y cuya presencia es más visible en la prensa que en el territorio.
El robo de combustible sigue siendo una fuente de violencia. Los estados con bonanza agrícola son una oportunidad de oro para los grupos criminales que viven de la extorsión.
Los asesinatos por violencia de bandas y organizaciones criminales van en aumento. Es posible que en este proceso electoral se sumen cientos de candidatos a la cuenta de esta violencia.
Después de vivir quince años de terribles consecuencias de una fallida guerra contra las drogas, es momento de ver de manera más compleja la relación entre ciudadanos y organizaciones criminales, sin simplificar los verdaderos intereses en juego ni las responsabilidades.
Lejos de mejorar, el tejido de la violencia mexicana aparece como un tapiz cada vez más enrevesado cuyo hilo es difícil seguir y reparar.
Las consecuencias del repliegue
Eduardo Guerrero Gutiérrez
La seguridad pública y la política de Morena
Roberto Valladares Piedras
El 6 de junio y la violencia criminal
Amalia Pulido Gómez
Lecciones del combate al huachicol
Luis Alfredo Osnaya Hoyos
¿Cosecha de sangre?
Rafael Escobedo
Nuestros criminales
Jorge Zendejas
Numeralia
Eunises Rosillo
Ilustración: Estelí Meza