Me cuesta dejar esa burbuja en la que estamos metidos tantas horas. Y aunque no los recuerde a diario, los sueños suelen afectarme más de la cuenta. Una ex pareja solía impacientarse: “¿Qué te pasa, Myriam? ¿Cómo puede ser que te pongas así solamente por un sueño? ¿Qué no te basta con las broncas de la realidad?”. Ante tal empatía, me fugaba a garabatear en un cuaderno palabras sueltas, a veces dibujitos, a veces la palabra trazada como si estuviera pintándola. Y eso me traía de regreso al mundo de la vigilia. Ah. Y un café. Eso jamás falta en mis mañanas. Sobrevuelo y vuelvo a sobrevolar. No aterrizo nunca en directo. A veces produzco en una jornada lo que no pude hacer en semanas, pero el merodeo siempre está. Difícil hablar de una preferencia de horas: que si escribo de día, que si mejor de noche. Me he amanecido, eso sí. Lo que jamás he hecho es escribir a las siete de la mañana, recién levantada. Además, al menos por gusto, nunca madrugo.
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