Todos los días, a las ocho de la noche, frente al icónico monumento a la Revolución, un edificio de cristal y sus alrededores se convierten en una muestra de lo que puede ser el México del futuro. Cientos de jóvenes salen del edificio y hangean en los alrededores hablando un inglés perfecto, a veces con dejos de algún barrio estadunidense, a veces chicano, siempre con el slang aprendido en la calle, en el hip hop, en el jale y, algunos, en la cárcel. Un millón y medio de mexicanos retornaron de Estados Unidos entre 2005 y 2010.
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