Algo tienen los magnicidas que
resultan idóneos para la ficción.
Desde Casio y Bruto, pasando por
Gavrilo Princip, hasta Lee Harvey Oswald,
estos personajes siguen inspirando obras
literarias debido a la fascinación que nos
producen: su drama personal supera los
límites de la ficción —y tal vez sólo en
base a hechos históricos alguien como
León Toral podría ser verosímil en literatura—,
además de que es irresistible,
tanto para lectores y escritores, sumergirnos
en la complejidad de un ego mesiánico
que tiende a sacrificarse, casi
siempre, por un ideal tan dudoso como
su propio acto magnicida. Finalmente, con este tipo de historias, la obra
parece estar ya ahí, en la realidad, puesta para que nosotros la tomemos
y le demos forma literaria.
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